Sentir es una parte fundamental de lo que significa estar vivo. Sin embargo, hay momentos en los que, por distintas razones, dejamos de hacerlo. Traumas, decepciones amorosas, presiones sociales o simplemente el ritmo acelerado de la vida pueden llevarnos a apagar nuestras emociones como una forma de protección. Aunque en su momento esa desconexión puede parecer necesaria, llega un punto en el que no sentir también empieza a doler. Y ahí comienza el verdadero reto: permitirnos sentir otra vez.

En esa desconexión emocional, muchas personas buscan refugios superficiales: distracciones constantes, relaciones sin compromiso, experiencias que dan placer sin exigir profundidad. Algunos incluso recurren a encuentros con escorts o vínculos estrictamente físicos, creyendo que así evitan el riesgo emocional. Sin embargo, el vacío no se llena con más evasión. Al contrario, cuanto más se intenta no sentir, más grande se vuelve la sensación de desconexión. Por eso, recuperar el contacto con las emociones no es debilidad, sino un acto valiente de regreso a uno mismo.

Reconocer el adormecimiento emocional

El primer paso para volver a sentir es admitir, con honestidad, que te has desconectado. Esto puede manifestarse de muchas formas: ya no te emocionas con lo que antes disfrutabas, reaccionas con indiferencia ante situaciones que deberían afectarte, o simplemente vives en piloto automático. Puede que te sientas “vacío” o como si estuvieras viendo la vida desde afuera.

Reconocer esto no es motivo de culpa. Al contrario, es una muestra de que aún hay conciencia dentro de ti que desea reconectar. Muchas veces, el adormecimiento emocional fue una respuesta a algo que te dolió demasiado. Agradece esa estrategia que te ayudó a sobrevivir, pero entiende que ya no necesitas seguir funcionando desde la desconexión.

Permitirte sentir no significa sumergirte en el caos emocional. Significa abrir una ventana, poco a poco, para que entre aire fresco donde antes solo había encierro.

Empezar por lo simple: contacto con lo cotidiano

Volver a sentir no siempre empieza con grandes catarsis. A menudo, los primeros pasos son sutiles: notar la temperatura del agua en la ducha, el sabor de una comida, la música que te hace cerrar los ojos, la emoción que te provoca una película o una conversación. Reconectar con tus emociones implica también reconectar con los sentidos.

La clave está en prestar atención a lo que sucede dentro de ti frente a los estímulos cotidianos. ¿Qué sientes cuando estás solo? ¿Qué cambia en ti cuando alguien te escucha sin juzgarte? ¿Cómo reacciona tu cuerpo ante una situación que te incomoda o te alegra?

El cuerpo es un puente poderoso hacia la emoción. A través de él, puedes identificar lo que has estado evitando: ansiedad, tristeza, ternura, rabia, miedo, deseo. No intentes controlarlo. Solo obsérvalo. Lo importante no es entender todo de inmediato, sino crear el espacio interno para que esas emociones puedan volver a aparecer sin ser reprimidas.

Ser amable contigo en el proceso

Volver a sentir después de haber estado desconectado por mucho tiempo puede dar miedo. Puedes experimentar vergüenza, confusión o incluso incomodidad ante emociones que parecen “demasiado intensas”. Pero es normal. Estás reaprendiendo a estar contigo mismo de una forma más profunda.

No necesitas correr. La vulnerabilidad no es una meta, es un camino. Y en ese camino, lo más importante es que te trates con paciencia, con compasión, sin exigencias. Habrá días en los que avances y otros en los que quieras volver a encerrarte. Ambos son válidos.

Buscar ayuda profesional puede ser una gran herramienta en este proceso. Un terapeuta no solo te acompaña, sino que te da un espacio seguro para expresar lo que antes no tenía palabras. También puedes apoyarte en amigos que te escuchen sin juzgar, en la escritura personal, en el arte, en el movimiento corporal.

Volver a sentir es volver a vivir. Y aunque duela al principio, es la puerta hacia una vida más libre, honesta y real.